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zanja

“Los procesos de infiltración hacen que el agua sea democrática”

  • Alejandro Peirano, director del Jardín Botánico de Viña del Mar, habla sobre proyecto Parque de las Aguas.
  • El emblemático parque de la región de Valparaíso está recuperando 250 hectáreas degradadas mediante la construcción de zanjas de infiltración y reforestación con especies nativas. Con esos surcos aumenta de 30 a 90% el agua de lluvia que entra en las napas subterráneas, donde el recurso se queda por dos años, en vez de escurrir hacia el mar en menos de un día. Gracias al proyecto, en ejecución hace tres años, han logrado una recuperación en torno a los 200 millones de litros anuales, lo que va al alza debido a las últimas precipitaciones. 
Alejandro Peirano

Todo un éxito ha sido un video publicado a principios de julio por el Jardín Botánico de Viña del Mar, en el cual el director del recinto explica cómo funcionan las zanjas de infiltración de agua lluvia que están implementando desde hace tres años. “Es algo súper simple”, subraya Alejandro Peirano, protagonista de la filmación, aún sorprendido pero muy contento por las cerca de 40 mil reproducciones del material audiovisual en Facebook. Fue tanto el interés que luego publicaron un segundo video, respondiendo algunas inquietudes y añadiendo más detalles sobre esta técnica de almacenamiento de agua. “Me han llamado de medio Chile para preguntarme, hay mucha gente que quiere replicarlo, lo que sería genial porque, aunque es simple, es súper importante”, comenta Peirano, ingeniero agrónomo de la Universidad Católica de Valparaíso (PUCV) con una amplia trayectoria en el servicio público.

El terreno que administra la Fundación Jardín Botánico de Viña del Mar tiene un total de 400 hectáreas; de ellas, 32 son las más conocidas y donde se concentran las actividades; hay 118 hacia el sector poniente de la comuna; y otras 250 que están en el límite con Quilpué. Estas últimas están siendo recuperadas gracias al proyecto Parque de las Aguas, que incluye las zanjas de infiltración y reforestación con especies nativas.

“Estos terrenos eran antiguamente bosques esclerófilos, pero estaban con mucho daño antrópico, mucha depredación por leña e incendios, además de la presión humana producto de la gran cantidad de poblaciones que los rodean”, explica el director del recinto. 

Esa era la condición cuando, en 2014, se empezó a gestar el proyecto. La compañía Coca Cola-Chile estaba preocupada por su huella hídrica y, buscando la forma de compensarla, se interesó por un plan que le propuso la empresa Bosques del Norte, que a su vez pensó en los terrenos degradados del Jardín Botánico para llevarlo a cabo. Fue así como se llegó a esta iniciativa de colaboración público-privada cuyos frutos ya se están apreciando. 

“Creo que debiera haber más alianzas de las instituciones privadas con las públicas para hacer este tipo de inversiones. Es algo donde todos ganamos y se hace un bien a la comunidad”, comenta el agrónomo. Junto con subrayar esa colaboración, menciona otros dos elementos que considera fundamentales: la función de “laboratorio” del Jardín Botánico, donde la gente va a aprender técnicas de conservación, y la real efectividad de las zanjas de infiltración comparadas con otras inversiones.

 AGUA SIN NOMBRE

“Muchas veces las empresas invierten en cosas que son superficiales, donde se toman la foto pero que al cabo de poco tiempo están botadas y sin utilidad. En cambio las zanjas, incluso si no se cuidan, cada año harán su trabajo una y otra vez, esto es a largo plazo”, comenta Peirano e invita a invertir en este tipo de proyectos.

“Con esto se ayuda a la comunidad en general, porque cuando el agua entra en el suelo pasa a ser de todos. Ese es un súper efecto. Cuando se hace un embalse en superficie se pone un nombre al agua, ya sea de un particular o del Estado de Chile, el agua es de él; en cambio, cuando se infiltra, el agua es de todos, eso hace que el agua sea democrática”, resume el director del parque viñamarino.

En el caso de los embalses, señala, pueden ser soluciones complementarias y se debe analizar caso a caso. Por ejemplo, dice, en la región de Valparaíso no hay espacio para embalses y tiene mucho más sentido la infiltración.  

“Muchas veces los embalses revisten un peligro debido a su ubicación geográfica. Si se rebalsan provocan inundaciones que generan muchos problemas a las comunidades”, dice Peirano y agrega que además se debe considerar los altos niveles de evaporación del agua en superficie, que provocan mucha pérdida del recurso.

Y también hace referencia a la contaminación del aire: “Los embalses son una masa de agua que sí o sí genera metano al ambiente, hay una descomposición, procesos biológicos, y al estar expuesta a la radiación solar genera metano, un gas que nos tiene bien complicados  (por su rol en el efecto invernadero, gran responsable del cambio climático). Si esa agua estuviera debajo del suelo no generaría metano”.

zanjas de infiltración

CIFRAS ELOCUENTES

El agrónomo subraya que la mejor forma de almacenar el agua es “debajo del suelo, allí no se contamina, no se ensucia y, si no la ocupo acá, va a servir más allá o aún más allá”. 

Eso es lo que se logra con las zanjas de infiltración. 

El especialista explica que, debido a la geografía del país, el agua que está en la cordillera se demora menos de un día en llegar al mar, en cambio, el agua que está en las napas subterráneas recorre tan solo dos kilómetros en un año. 

“El agua que cae como lluvia o nieve se nos va súper rápido. Si va por la superficie, el agua corre a una velocidad de entre 5 y 15 kilómetros por hora, y con la anchura media del país de unos 180 kilómetros y en pendiente, el agua que se descongela en Los Andes está en 15 o 20 horas saliendo por la boca del río Aconcagua en Concón, y eso es terrible. No es como en el Amazonas, donde el agua se da 500 vueltas antes de salir al mar y mantiene la tierra hidratada. Por eso acá tenemos que hacer hincapié en poner tacos al agua para que ingrese vertical y no siga un recorrido horizontal”.

Según estudios realizados recientemente en el mismo jardín botánico, el agua que va viajando por debajo del suelo se demora dos años en ese mismo trayecto. “En todo ese tiempo tengo un montón de agua disponible que puedo ir a buscar mediante un pozo o de una vertiente”, explica Peirano.

Pero no es solo el tiempo que el agua permanece en el suelo lo que mejora con las zanjas, sino también la cantidad de agua. “Si no se le hace nada al suelo, infiltra 30%, pero con estas acciones infiltra 90%”, señala. Cuando se habla de lluvia, decir diez milímetros de agua caída significa que en una hectárea caen cien mil litros; es decir, sin hacer nada en ese suelo ingresarían 30 mil litros a las napas subterráneas, en cambio, con zanjas entrarían 90 mil litros para recargar el acuífero. 

zanjas de infiltración
Zanjas de infiltración en el Parque de las Aguas

“Si pasamos de 30 a 90% el volumen del agua que está ingresando al suelo por esta vía es inmenso. Uno no lo dimensiona, pero la diferencia entre no hacer nada y hacer esto es de un 60%, es decir, es mucha agua”.

RESTITUIR EL ECOSISTEMA

Sin negar el problema que ha significado la disminución de las precipitaciones, el agrónomo señala que la situación no sería tan crítica si existiera una buena gestión del recurso hídrico. 

“Estamos perdiendo agua. Por ejemplo, después de las últimas lluvias el estero Marga Marga va con un tremendo caudal al mar. Yo lo veo y me duele la guata, pienso que en el verano nos vamos a acordar de no haber guardado esa agua”. 

“Hemos manejado mal el agua, absolutamente”, subraya el agrónomo y cuenta, a modo de anécdota, que ha recibido en la región a comisiones de Israel –país reconocido por su buen manejo hídrico- y le han dicho que no ven escasez de agua. “El problema es que no la almacenamos cuando la tenemos, no somos eficientes en el uso, no hacemos ningún tipo de reciclaje, acá en la región de Valparaíso el agua que se usa se va al mar en un gran colector, lo que además provoca daño ecológico (porque se trata de aguas servidas que se descargan al océano mediante tuberías llamadas emisarios submarinos)”.

El objetivo de Coca Cola con este proyecto es recuperar 300 millones de litros de agua anuales. Para hacer esas mediciones, el volumen lo audita una empresa argentina, comenta Peirano: “Estamos en unos 200 millones al año, pero ahora vamos para arriba, vamos a recuperar mucha agua, aunque igual nos va a faltar, porque llevamos diez años de sequía”.  

La ejecución comenzó en 2017 y hasta ahora se han construido 24 kilómetros lineales de zanjas, cada una de 40 centímetros de profundidad por 40 de ancho y siete metros de largo, separada de la siguiente zanja por un pasillo de un metro. Si en el trazado hay algún árbol, esa parte no se interviene, sino que se protege la planta. Según el diseño original, se surcarán 30 kilómetros.

Junto a las zanjas de infiltración, el proyecto contempla la reforestación de esos terrenos con 30 mil árboles nativos. Hasta ahora ya han plantado 24 mil, es decir, cada un metro en paralelo a las zanjas.

“Es puro bosque esclerófilo, ningún exótico. Son los árboles que siempre estuvieron aquí, por lo que van a estar muy bien adaptados a la zona; hemos plantado quillayes, peumos, boldos, maitenes, huinganes, lilenes, quebrachos, mayos, molles, colliguayes, maquis, espinos y palma chilena, por mencionar algunos”.

Estos árboles contribuyen a la retención del agua de dos formas, explica Peirano: primero, con el follaje y tronco disminuye el impacto de la lluvia que, en los suelos descubiertos, provoca erosión; y segundo, las raíces y las hojas que caen conservan la humedad de la tierra. Los suelos con cubierta vegetal, dice, absorben el triple de agua.

Como si todo lo anterior no fuese suficiente, “estos árboles son hospederos de especies, de abejas, fauna, aves, todo va sumando y vamos restituyendo un sistema que era sustentable pero se deterioró por culpa nuestra -entre la leña y los incendios-; hoy lo estamos recuperando”, concluye el director del Jardín Botánico de Viña del Mar. 

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